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Una historia tierna

No es necesario explicar de donde viene este escrito. Con leer el primer párrafo ya sabemos cual es su lugar de procedencia. Lo acabo de recibir en mi buzón de correo electrónico. Es un canto a la solidaridad.

Capacidades especiales

En una cena de camaradería, en el Club CILSA de la ciudad de Santa Fe, Argentina, que aglutina especialmente a amigos y familiares de niños con capacidades especiales, el padre de uno de estos chicos, pronunció un discurso que nunca será olvidado por las personas que lo escucharon.

Después de felicitar y exaltar a la institución y a todos los que trabajan por y para ella, este padre, hizo el siguiente razonamiento:

– «Cuando no hay agentes externos que interfieran con la naturaleza, el orden natural de las cosas alcanza la perfección. Pero mi hijo, no puede aprender como otros chicos lo hacen. No puede entender las cosas como otros chicos. ¿Donde está el orden natural de las cosas en mi hijo?»

La audiencia quedó impactada por la pregunta.

El padre del niño continuó diciendo:

– «Yo creo que cuando un niño como Facundo, física y mentalmente discapacitado, viene al mundo, una oportunidad de ver la verdadera naturaleza humana se presenta, y se manifiesta en la forma en la que otras personas tratan a ese niño».

Entonces contó que un día caminaba con su hijo, por la vereda de un pequeño club de barrio, donde, tras un alambrado, algunos chicos jugaban al fútbol. Facundo le preguntó a su padre: «¿Crees que me dejen jugar?» Su padre sabía que a la mayoría de los muchachitos no les gustaría que alguien como Facundo jugara en su equipo, pero el padre también entendió que si le permitían jugar a su hijo, le darían un sentido de pertenencia muy necesario y la confianza de ser aceptado por otros a pesar de sus habilidades especiales.

Ingresaron por una abertura del alambrado, que en otro tiempo había poseído un pequeño portón de chapa. Cuando en el transcurso del juego, se acercó al sitio donde estaban parados, el chico que tenía la raída cinta de Capitán de uno de los equipos que estaban jugando, en su brazo izquierdo, y le preguntó (sin esperar mucho) si «Facundo, podría jugar…”

El chico miró alrededor, como buscando alguien que lo aconsejara y dijo:

– “Estamos perdiendo por dos a uno… Y al partido le quedan unos quince minutos… Supongo que puede unirse a nuestro grupo de suplentes y trataremos de que entre un rato antes del final.”

Facundo se desplazó con dificultad hasta «el banco de suplentes» y con una amplia sonrisa, se puso una camiseta del equipo, traspirada y abandonada en el suelo por un jugador reemplazado, que, fuera de la cancha, se encontraba absorto, frotándose un tobillo hinchado.

Mientras Facundo se sentaba entre el grupo de los que esperaban su posibilidad de jugar, su padre lo contemplaba. Los otros chicos notaron algo muy evidente: la felicidad del padre cuando su hijo era aceptado.

Cuando faltaban cinco minutos para terminar el partido, el equipo de Facundo logró empatar el encuentro, con un verdadero «cañonazo» increíble, desde la mitad de la cancha, que sorprendió al encandilado arquero, al venir del lado del sol, que caía con la tarde.

Quedaban algunos instantes cuando ocurrió otro hecho notable: una mala entrega de un defensor adversario, permitió al centrodelantero «del equipo de Facundo» hacerse con la pelota en el área y cuando se aprestaba a definir con todas las posibilidades, el defensor, ofuscado por su desafortunada jugada anterior, lo «barrió» desde atrás; pitando el árbitro sin titubear: ¡Penal! ¡Penal sobre la hora…!

En medio de los acalorados festejos del equipo, por la incomparable oportunidad de ganar y «¡sobre la hora!» al tradicional oponente, se vio que el centro delantero, encargado principal de patear los penales, apenas podía ponerse en pie por el fuerte golpe recibido.

Fue allí que el muchachito con la cinta de Capitán del equipo convocó al grupo de jugadores que deliberaba sobre quién patearía la pena máxima y les indicó a todos, a voz en cuello, y señalando a Facundo:

– «¡Tenemos entre los suplentes, al mejor pateador de penales del equipo! ¡Nos queda un cambio!.”

Y dirigiéndose al árbitro le indicó:

– “¡Yo salgo!. ¡Y él entra a patear el penal!”

El referí aceptó la propuesta, mientras autorizaba el relevo de los jugadores, en medio de la sorpresa del resto del equipo del Capitán, que se dirigía hacia Facundo, sentado aturdido en el borde del campo.

Llegó a su lado, le dio la mano y… de un tirón, lo puso de pie, le dio un ligero abrazo y cuando se alejaba despreocupado, giró y le gritó: “¡Suerte!…” Facundo, obviamente extasiado sólo por estar en el juego y en el campo, sonreía de oreja a oreja mientras su padre lo animaba desde un poco más lejos, mientras en su cabeza un torbellino de preguntas se sucedían sin control: «con esta oportunidad, ¿le dejaban patear y renunciar a la posibilidad de ganar el partido?»

Sorprendentemente, Facundo ingresó a la cancha.Sus dificultosos pasitos y su desmañada figura, indicaron a todos los jugadores del campo, que un certero disparo por parte de Facundo era imposible. Así hubiera sido un teórico experto en fútbol, todos se dieron cuenta de que no podría, quizás, hacer llegar la pelota al arco.

Sin embargo, mientras se paraba delante de la pelota ubicada en el círculo, a doce pasos del arquero ponente, el padre de Facundo tuvo la fuerte sensación de que quizás…, el otro equipo…, estuviera dispuesto a perder…, ¡para permitirle a su hijo tener un gran momento en su vida!

Facundo se movió unos pasos al frente y golpeó la pelota muy suavemente. El arquero, que notó obviamente la dirección que llevaba el balón, se arrojó hacia ese costado…, ¡pero como para «sacarla» desde el ángulo superior del arco…! … Mientras la pelota, ingresaba… apenas rodando bajo su cuerpo… ¡y trasponía la línea del gol!

El árbitro convalidó el tanto y pitó dando por terminado el partido…

Facundo, con sus brazos en alto, rebosando felicidad, giró la cabeza mirando a su padre… mientras (cosa extraña) los jugadores de ambos equipos lo vitoreaban y abrazaban como si fuese el héroe que convirtió el gol que dio a su país el campeonato mundial de fútbol …

“Ese día», dijo el padre, «los chicos de los dos equipos, ayudaron, dándole a este mundo un trozo de verdadero, cálido y prístino, amor humano».

Facundo no sobrevivió otro verano. Murió ese invierno…, sin olvidar nunca haber sido el héroe… y haber hecho a su padre muy feliz…., haber llegado a casa. y ver a su madre llorando de felicidad y ¡abrazando a su héroe del día…!

Fabriciano González

Amante de la informática y de Internet entre otras muchas pasiones. Leo, descifro, interpreto, combino y escribo. Lo hago para seguir viviendo y disfrutando. Trato de dominar el tiempo para que no me esclavice.

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