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Cómo el zellige ha vuelto a poner la terracota en el punto de mira

Cómo el zellige ha vuelto a poner la terracota en el punto de mira

En un mundo donde el diseño de interiores se ha llenado de superficies perfectas y acabados brillantes, algo tan antiguo como el zellige ha vuelto a llamar la atención. Pero no se trata solo de recuperar una estética clásica. Hay algo más profundo detrás de este resurgir que también está empujando a que la terracota recupere su sitio.

No es una moda, es un regreso

El zellige no es ninguna novedad. Se lleva utilizando desde hace siglos, sobre todo en Marruecos y otros países del norte de África. Son esas pequeñas piezas de cerámica vidriada, irregulares, que se montan a mano como si fueran un puzzle. El resultado no es pulido ni simétrico, y precisamente por eso tiene tanta personalidad.

Lo curioso es cómo ha pasado de ser un elemento cultural tradicional a convertirse en protagonista en hoteles boutique, cocinas modernas o incluso baños de diseño en grandes ciudades. Y es ahí donde vuelve a entrar la terracota, porque muchas de estas piezas mantienen su base original sin esmaltar, aportando ese tono rojizo y poroso que hace que nada se vea frío o artificial.

Imperfección con intención

Parte del encanto del zellige es que no hay dos piezas iguales. Algunas son un poco más gruesas, otras tienen ligeras curvas, algunas reflejan más la luz que otras. No es un error, es la idea. Esa variación le da movimiento al conjunto, algo que un azulejo rectificado no puede conseguir por mucho que lo intente.

La base de todo esto, en la mayoría de los casos, sigue siendo la terracota. Una arcilla cocida que tiene siglos de historia y que, por suerte, no ha sido sustituida del todo por materiales más “tecnológicos”. Es cálida al tacto, resistente y envejece bien. Es, en definitiva, el tipo de material que hace que un espacio no parezca prefabricado.

Más allá del color: la textura

Uno de los motivos por los que el zellige ha vuelto con tanta fuerza es su capacidad para jugar con la luz. No es lo mismo una pared revestida con una cerámica blanca plana que con pequeñas piezas de zellige en blanco hueso. Cambia completamente el efecto. La luz se refleja de forma desigual, se crean sombras suaves, y aunque el color sea el mismo, la pared parece moverse según la hora del día.

Esa riqueza visual viene en gran parte por la textura que da la terracota. Porque aunque muchas piezas de zellige van esmaltadas, la base sigue conservando esa rugosidad discreta que hace que el conjunto no sea plano. En el fondo, lo que vuelve atractiva esta técnica es que se aleja de lo previsible.

El zellige no es solo para las cocinas perfectas de rrss

Aunque se ha popularizado mucho en revistas de decoración y redes sociales, el zellige tiene usos mucho más variados de lo que se piensa. No es solo para salpicaderos de cocina. Se está utilizando en suelos, chimeneas, fachadas, escaleras, muebles… incluso en piscinas.

Parte de su versatilidad se debe a que combina bien con muchos otros materiales. Con madera, con mármol, con hormigón pulido. Y siempre aporta ese toque artesanal que a veces falta en los interiores demasiado cuidados. No hay que olvidar que cada una de estas piezas se hace a mano, una por una. No se producen en masa ni salen perfectas de una cadena de montaje.

¿Y por qué vuelve la terracota también por separado?

Lo interesante es que, mientras el zellige se lleva buena parte del protagonismo, la terracota está ganando su espacio por cuenta propia. Se usa en suelos, en revestimientos exteriores, en lavabos hechos a medida. Y todo gracias a esa mezcla entre rusticidad y elegancia que consigue cuando está bien trabajada.

No es raro ver hoy casas nuevas donde se combinan suelos de microcemento con piezas de terracota en zonas clave, para romper la frialdad y dar calidez. O escaleras con peldaños de barro cocido que parecen sacados de otra época pero encajan perfectamente con una barandilla de acero negro.

Una forma distinta de mirar el acabado

Durante años se ha vendido la idea de que lo perfecto era lo mejor. Superficies lisas, sin juntas, sin textura. Pero ahora, cada vez más, se valora lo contrario. Los acabados que cuentan algo. Y ahí el zellige y la terracota lo tienen fácil, porque su imperfección es su seña de identidad.

No es una vuelta al pasado por nostalgia. Es una manera de recuperar materiales que se sienten reales, que no intentan parecer otra cosa. No es una baldosa de imitación madera ni un porcelánico con textura de piedra. Es barro cocido, cortado, secado y colocado a mano. Así de simple. Y así de complicado.

Fabriciano González

Amante de la informática y de Internet entre otras muchas pasiones. Leo, descifro, interpreto, combino y escribo. Lo hago para seguir viviendo y disfrutando. Trato de dominar el tiempo para que no me esclavice.

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