Aún era un chaval. Había quedado con la que hoy es mi mujer para ir a cenar, cuando al mirar el reloj de la torre del ayuntamiento descubrí que eran las siete y media de aquella hermosa tarde de verano. Tenía que coger el coche, mi flamante Seat 127, aparcado a sólo unos metros del lugar en el me encontraba, para recorrer los 90 kilómetros que me separaban de mi novia.
Las matemáticas ya eran mi fuerte, así que calculé que a una media de 75 km/h llegaría en el instante justo, ni un minuto más ni menos. Me subí al coche e inicié el camino. Durante el primer tramo, de 30 km, fui a la velocidad prevista. En el segundo tuve problemas. Fui detrás de un camión durante un largo trecho, al que no podía adelantar, y una gran cantidad de curvas salpicaron gran parte trayecto, por lo que la medía pasó a ser de 60 km/h.
Estaba en el kilómetro 60 del recorrido cuando miré el reloj y me dije: «tengo que pisar el acelerador». Si no lo hacía, no llegaría a tiempo a la cita. ¿A qué velocidad media circulé en el último tramo del viaje?