Dos formas de lo mismo: la manzana robada del árbol y las mujeres desnudas contempladas a hurtadillas en páginas de la Red. Es el amor por lo prohibido… La manzana lo fue antaño, aunque aún hoy algunos niños y no tan niños siguen saltando vallas para conseguir saborear el preciado fruto. Pero ya no es como era, los tiempos han cambiado.
El verano aún estaba subiendo hasta su cima. La década de los cincuenta agonizaba y las huertas, llenas de árboles frutales, rodeaban la ciudad amurallada, mi ciudad. La luz se diluía mezclándose con los tibios vapores del atardecer. Era el momento deseado.
Íbamos a las huertas próximas al río. Los más pequeños vigilábamos. Los más decididos subían a los árboles y, desde arriba, nos lanzaban las manzanas, las ciruelas, los melocotones… A veces había que esquivar al perro o escapar, dando con los pies en el trasero, cuando algún propietario de una finca nos sorprendía y nos obsequiaba con «dolorosos» cartuchos de sal, lanzados con una primitiva escopeta.
Repartíamos el botín. Aunque estuviera verde y dura, disfrutábamos degustando tan «deliciosa» conquista. No podía compararse con la fruta que me daba mi madre. Aquella era insípida, sin riesgo. Era la fruta «oficial».
A los humanos siempre nos ha gustado más lo prohibido que lo permitido. Paladeamos con placer lo que hemos conseguido a escondidas, agazapados en el anonimato.
Son muchos los internautas que disfrutan, en sus viajes por la Red, visitando lugares picantes y sensuales. Escondidos tras el monitor y encerrados en la habitación o en el despacho, observan, imaginan, obligan a que la sangre fluya con más intensidad. A que un calor húmedo acaricie determinadas zonas. La manzana robada se ha transformado en el seno turgente, la curvilínea cadera, la incitante sonrisa… Es el gesto, la postura, la desnudez… Es provocación. Pero por eso se busca. Por eso las páginas, solo llenas de mujeres desnudas (y también hombres, ¿por qué no?), como antaño los manzanos y melocotoneros, tienen tanto éxito. Es el sabor agridulce que sazona la vida. Y todavía hay más…