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Tenemos que hablar

Tenemos que hablar

Tenemos mucho de que hablar…
Busqué la muerte un día, pero ella me encontró primero; y postrado a sus pies, me miró con enojo, y casi a los gritos me preguntó:
– ¿Qué quieres de mí, hombre?
Yo le respondí:
– Morir.
Ella sonrió de lado; miró al cielo y suspiró como si mi pregunta no cupiera en su paciencia. Me clavó sus ojos negros y me interrogó:
– ¿Quieres morir de la mejor manera?
– Si – dije.
– Entonces dedícate a vivir de la mejor manera – me respondió.
Caminó ofuscada hacia la puerta de salida del hospital; dio media vuelta, y susurró:
– Y deja de molestarme -. Dicho esto, se perdió entre la gente.

Busqué la vida un día, pero ella se cruzó en mi camino.
– Si… ¿qué deseas? – me preguntó.
– Vivir – le dije.
Sonrió.
– Entonces vive, como si yo fuera la misma muerte – me dijo.
Volvió a sonreír, se alejó rápidamente y se perdió entre una espesa niebla.

Busqué la belleza un día; pero ella, me sorprendió una mañana al despertarme.
– ¿Qué buscas? – me preguntó.
– Belleza – le respondí.
Bajó la cabeza y sonrió dulcemente.
– No me busques en la carne, ni en todo lo que es del tiempo – me dijo, y rápidamente, se esfumó por mi ventana.

Busqué la fealdad un día, pero ella se adelantó a mis pasos.
– ¿Qué buscas en mí, hombre? – me preguntó.
– Fealdad – le dije.
– No me busques en lo que percibes con tus ojos, ni en lo que puedas tocas con tus dedos… No vivo ahí – me respondió.
Y dicho esto, se esfumó sin dejar rastros.

Busqué la riqueza un día, y sin saberlo, una noche ella se sentó a mi lado.
– ¿Qué quieres? – me preguntó.
– Riquezas – le dije.
Con gesto pensativo me dijo:
– Búscame en lo poco y en lo mucho, en lo frugal y en la medida justa; en el mar, y en el charco luego de la lluvia.
Dicho esto, salió de mi casa en silencio.

Busqué la pobreza un día; pero ella supo antes que yo la buscaba.
– ¿Qué buscas en mí, hombre – me preguntó.
– Pobreza – le dije.
– Vivo en lo más lujoso y en lo más andrajoso, mi guarida está en las perlas, y mi aliento en las desesperanzas… Pero no vivo en lo que tus ojos ven.
Bajó la vista, cerró los ojos, y desapareció.

Me sentía confundido, y busqué a Dios, pero él se cruzó en mi camino esa misma tarde.
– ¿Qué buscas? – me preguntó.
– A Dios – le dije.
– No me busques en lo que pierdes, ni en lo que ganas… No vivo ahí. No me busques en pedestales, ni en artilugios terrenales… ¡Mírate a ti mismo… búscame ahí!
Y dicho esto, se alejó rápidamente.

Busqué al diablo, pero él se cruzó en mi camino, y me tomó fuertemente del cuello.
– ¿Por qué me persigues? – me preguntó, acercando su nariz a la mía.
– Busco al demonio – le dije jadeando.
Él me miró de reojo, y me volvió a dejar en tierra firme.
– ¿Me estás tomando el pelo? – me preguntó.
– No – le dije, tomando un poco de aire.
Me volvió a mirar, con cierta extrañeza.
– No me busques en la riqueza ni en la pobreza; ni en lo poco ni en lo mucho… Ni en el cielo, ni en el infierno… No vivo ahí.
Me miró nuevamente.
– ¿Me estás tomando el pelo? – preguntó nuevamente.
– No – le respondí.
– ¡Mírate a ti mismo, búscame ahí! – gritó.
Giró, se rascó la mollera, y me escudriñó una vez más.
– ¡Seres humanos! – susurró, y se alejó rápidamente.

Llamé a gritos a la sabiduría, pero ella ya estaba a mi lado.
– ¿Qué quieres? – me preguntó.
– Sabiduría –le dije.
Me miró con preocupación, y se disfrazó de ignorancia.
Me tendió la mano, y me preguntó si podía caminar conmigo un rato.
No me negué.
Me miró condescendientemente, y me preguntó cuantos pasos faltaban para llegar a mí casa.
– Unos cuantos – le respondí.
– Muy bien… Demos uno a la vez, tenemos mucho de que hablar… – dijo.

Autor: Jesús Alejandro Godoy

Fabriciano González

Amante de la informática y de Internet entre otras muchas pasiones. Leo, descifro, interpreto, combino y escribo. Lo hago para seguir viviendo y disfrutando. Trato de dominar el tiempo para que no me esclavice.

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